Antonio Pele.- El concepto de humanismo tiene tradicionalmente dos significados. Por un lado, se refiere a un cuerpo de estudios que se inspira en los autores clásicos, paganos y cristianos. Se habla entonces de los studia humanitatis que se oponen al rigor de la escolástica y que caracterizan el pensamiento del Renacimiento, en la actitud de reapropiarse su pasado. Con las palabras de Giovanni Gentile, el humanismo sería primero una filología. Los pensadores renacentistas redescubren los textos clásicos, leyéndolos en sus versiones originales e interpretándolos para adaptarlos al contexto histórico del Renacimiento. Este interés por la filosofía antigua está, por ejemplo, magistralmente ilustrado en los cuadros de Giorgione y de Rafael.
En relación con sus fuentes religiosas, François Lebrun apunta lo siguiente:
"Sea la que fuere su admiración por la sabiduría antigua y su independencia de espíritu, casi todos [los humanistas] son profundamente religiosos y naturalmente cristianos, lo que no deja de plantear dificultades ni contradicciones. El humanismo se caracteriza, en efecto, por su optimismo fundamental: el hombre, medida de todo, es, en el centro del universo, una criatura privilegiada llamada a realizar los designios de Dios, gracias a la razón ayudada por la gracia divina. Esa intervención de la gracia, dada a todos, no obstaculiza la libertad humana, porque el hombre es fundamentalmente bueno, libre y responsable. Libertad, felicidad, belleza, respeto de sí mismo: esos son los grandes valores de una moral individual que desemboca en una moral colectiva basada en la tolerancia y la paz entre los hombres. Una moral de este tipo concuerda mal con el dogma del pecado original y parece estar en contradicción con algunos de los fundamentos del cristianismo; pero para los humanistas conviene reformar éste y volver a la pureza de las Escrituras y del mensaje evangélico".
El humanismo renacentista reinterpreta efectivamente las fuentes bíblicas con el fin de conferir una dignidad a los seres humanos. Se reapropia también de la filosofía antigua y otros pensamientos ocultos. Este planteamiento concuerda además con la historia de la herencia europea que sería el objeto de una “vasta captación” (Brague), algo “bastardo, híbrido, injertado, multilineal, políglota” (Derrida), o también, un “borbotón dialógico de ideas hecho de múltiples interacciones: religión/razón, particular/universal” (Morin).
Junto a este significado amplio del humanismo, se encuentra un humanismo estricto, que pretende exaltar la dignidad humana a través del libre desarrollo de la perfección de la humanidad. Se trata entonces de una tesis filosófica sobre la esencia del ser humano, es decir, la llamada dignitas hominis. En este sentido, el humanismo es una “ética de la nobleza humana”. Además, no existe una separación entre ambas versiones: los studia humanitatis descansan en la noción filosófica de la dignidad del ser humano, y la versión cultural deriva de la versión filosófica.
Por la misma razón, se debe recordar que los pensadores humanistas se dirigen a una élite y no al pueblo. Más incluso, y como subraya Peter Sloterdijk, el discurso humanista y renacentista de la dignidad del ser humano se ha estructurado “de acuerdo con el modelo amable de las sociedades literarias”. La postura “aristocrática” de los humanistas (como de la mayoría de los filósofos en general), el precio de los libros, y los bajos niveles de alfabetización entre la población, limitaban directa e indirectamente la difusión de sus ideas.
En cualquier caso, y para resumir nuestro planteamiento, el humanismo se entiende fundamentalmente como una definición y una exaltación moral de la naturaleza humana. “Existe una naturaleza humana. Es universal, permanente. Su modelo se encuentra en las grandes obras de la literatura de todos los tiempos y de todos los países, que, todas juntas, componen la suma de lo más importante que conocemos acerca del hombre. He aquí una idea que no es nueva. Pero no podemos hablar de humanismo si no se entiende esta idea” (F. Robert, L’humanisme. Essai de définition).
En una misma perspectiva, al identificar el Renacimiento con el humanismo, Jakob Burckhardt, recordando al historiador Jules Michelet, considera que el Renacimiento anuncia propiamente el “descubrimiento del hombre” y se distingue fundamentalmente de la Edad Media, cuando “las dos vertientes de la conciencia humana, la que se mira en su interior y la que tiende su vista al mundo externo, estaban cubiertas por un velo común, en un estado de sueño o de semivigilia. Este velo estaba tejido de fe, de temor y de ilusiones. A su trasluz, el mundo y la historia aparecían maravillosamente coloreados y el hombre se reconocía a sí mismo como el simple componente de una raza, de un pueblo, de un partido, de una corporación, de una familia o sea de una colectividad”.
El discurso de la dignitas hominis es uno de los múltiples fenómenos que despiertan esta nueva conciencia individual. A través de este discurso se constituye además un humanismo europeo, pilar esencial de su identidad cultural. Por este motivo, se debe profundizar la postura del Dictionary of The History of Ideas que considera, equivocadamente, que el movimiento humanista no se caracteriza por unas doctrinas filosóficas específicas sino por múltiples ideas expresadas individualmente por varios autores. Dicha definición puede y debe ser matizada. El movimiento humanista debe entenderse primero como una crítica del escolasticismo. Como consecuencia, se estructura en torno a dos características fundamentales: el cultivo de la historicidad y la defensa del ser humano. A pesar de ciertas divergencias que pueden separar a los humanistas, y la multitud de aproximaciones que identifican a cada uno de ellos, existe, según Eusebio Colomer, un credo filosófico común: “el interés por los problemas morales y humanos y la afirmación del valor de la dignidad del hombre”.
A diferencia de las tesis relativas a la miseria hominis que contemplan sólo los límites de la naturaleza humana, como “naturaleza creada” pero no creadora, el humanismo construye la noción de dignitas hominis conciliando ambas características. Se trata de mantener un equilibrio entre, por un lado, el origen divino del ser humano (de donde procede su excelencia) y, por otro, sus capacidades (racionales y morales) que le permiten gobernar su destino y crear su propio mundo cultural. Las capacidades creadoras del ser humano derivan de su condición de criatura creada por Dios. El discurso renacentista de la dignitas hominis pretende consolidar esta unión entre ambos rasgos de la naturaleza humana. Por tanto, el mundo no es un “valle de lágrimas”, sino un terreno donde el ser humano puede progresar moral y científicamente. Así, se mantiene a salvo la intuición genuina sobre la autonomía de la razón que le permite descifrar las “huellas de la verdad” (Boecio). Se debe conferir al hombre la posibilidad de comprender y entender por sí mismo el mundo que le rodea, sin pasar por los dogmas morales y religiosos. El afán de conocimiento, la curiosidad intelectual y moral, el libre ejercicio de la razón y la felicidad aparecen como los parámetros entorno a los cuales se construye a lo largo del Renacimiento un modelo de dignidad del ser humano.
(Extracto del libro El discurso de la 'dignitas hominis' en el humanismo del Renacimiento, de Antonio Pele. Puede leerse completo en este enlace.)