Steuco y el origen del concepto de "filosofía perenne"


Miguel Ángel Granada.- La idea de la unidad doctrinal de la humanidad, tan difundida en la cultura del Renacimiento, alcanzó quizá su más vasta presentación en el De perenni philosophia de Agostino Steuco (1497 o 1498), obra publicada en Lyon en 1540. Tal unidad viene incluso presentada en la obertura de la obra como una consecuencia necesaria de la unidad del principio del que toda la creación depende: «igual que uno es el principio de todas las cosas, también ha habido siempre una y la misma ciencia de él entre todos, como testimonia la razón y los testimonios literarios de muchas naciones» .

Como León Hebreo en los Dialoghi d’amore (Roma 1535) , Steuco parte también de la creencia en una revelación originaria y completa a Adán. Antes de la caída Adán estaba en pleno contacto con la  divinidad, gozaba del coloquio con ella y poseyó por tanto un conocimiento completo de la naturaleza de la divinidad y de la creación del mundo:

Que esta ciencia se fue acumulando y devino completa en los primeros padres, lo prueba clarísimamente el hecho de que cuando nacieron se dieron cuenta de que habían sido creados por Dios y conocieron que todas las cosas habían sido creadas también por Él poco antes: el cielo, las tierras y el mar creados de la nada […]. Sin embargo, una vez nacidos, gozaban del coloquio y la presencia de Dios y en el tiempo que transcurrió desde la creación hasta su expulsión del Paraíso, hubo un conocimiento de cosas maravillosas .

Los primeros padres de la  humanidad transmitieron, lógicamente, ese conocimiento a toda su descendencia: «no cabe pensar que ellos no dejaran a sus hijos conocimiento de cosas tan grandes […]. El progenitor y padre del género humano vivió, desde su creación hasta su muerte, mil años menos setenta, durante el cual espacio de tiempo es necesario que nacieran innumerables hijos (aunque de pocos ha quedado memoria), los cuales vieron al primer representante de la especie, creado por Dios, hablaran con él y aprendieran de él toda la doctrina de la creación del mundo» . Steuco señala cómo esta scientia llegó, transmitida oralmente, hasta Noé, el cual pudo recoger todo este saber antes del diluvio y transmitirlo a su vez a toda su descendencia: «Por tanto, Noé, puesto casi en medio de los tiempos, o vio o escuchó todas esas cosas antes del Diluvio, vio el diluvio y pudo revelar después todas las cosas a todos durante trescientos años, especialmente a sus hijos, a partir de quienes, como si de tres fuentes se tratara, toda la descendencia humana se separó» .

Pero, frente a lo que Hebreo dejaba traslucir en sus diálogos, la scientia de Dios y de la creación del mundo no es, a partir de Noé, patrimonio exclusivo del pueblo santo –de la estirpe de Sem y Abraham, es decir, del pueblo hebreo–, sino que está universalmente extendida entre los diferentes pueblos primitivos. Tal saber tampoco se mantuvo incólume, pues a partir de Noé sufrió una deformación y oscurecimiento progresivos, debidos no a una voluntad consciente de deformar, sino al mismo paso del tiempo, a la barbarie y soledad de aquellas gentes, a su atención a la supervivencia material, a la adición de elementos fabulosos y a la misma división de las lenguas . A pesar sin embargo de esta deformación, los restos literarios conservados de los pueblos más antiguos –caldeos, egipcios, fenicios– contienen y transmiten de forma más o menos cubierta y oscura las verdades fundamentales de la pristina ciencia adámica, las cuales son así patrimonio sapiencial común de la humanidad: la perennis philosophia –nombre con que Steuco designa lo que Ficino denominaba «priscae theologiae sibi consona secta» – que de esos pueblos antiguos se transmitió a otros más jóvenes (los griegos, a través de su primer teólogo Orfeo , y los romanos).

Steuco reconoce, pues, la presencia universal e independiente de una ciencia verdadera de la divinidad, por derivación de Adán. Pero también se cuida de señalar la prioridad de la nación hebrea y la mayor pureza y exactitud de su doctrina, consecuencia de una especial asistencia divina desde Abraham , así como la prioridad hebrea en la tradición escrita. Moisés es el primer escritor y por tanto Hermes Trismegisto y Zoroastro –los primeros teólogos y escritores de Egipto y Caldea– son posteriores: «Entre los bárbaros, por consenso de todos el más antiguo es Moisés, antes del cual no hallarás ningún escritor, ni entre los griegos, ni entre los caldeos, fenicios y demás bárbaros. Después de él floreció Hermes Trismegisto en Egipto» .

Extracto del libro: M.A. Granada, Filosofía y religión en el Renacimiento. Thémata Editorial / Cypress Cultura, Sevilla, 2021. Publicado con autorización del titular de los derechos.